La música de cámara, durante la segunda mitad del siglo XVIII, contó en España con nombres tan significativos como los de Domenico Scarlatti, Antonio Soler, Gaetano Brunetti, Manuel Canales y Luigi Boccherini, por citar sólo algunos de los compositores que trabajaron para la aristocracia y la corte. A la influencia que la música italiana ejercía durante esta etapa en las creaciones camerísticas y sinfónicas, habría que añadir el enorme reconocimiento, entre músicos y filarmónicos, de Joseph Haydn. Su obra Las Siete Últimas Palabras, estrenada en Cádiz en abril de 1778, es el ejemplo más significativo de la presencia de su obra en España. En la relación del maestro vienés con los ilustrados españoles intervinieron muchas personalidades, desde los hermanos Domingo y Tomás de Iriarte, políticos como Floridablanca, mecenas como José Saenz de Santamaría, hasta aristócratas como el marqués de Méritos, la condesa-duquesa de Benavente y el duque de Alba.
Estos géneros que, como decimos, son deudores de las mencionadas corrientes llegan a cristalizar en autores tan destacados como Juan Crisóstomo Arriaga, José Palomino, Carles Baguer, José Nonó y Ramón Garay, entre otros. También la música para teclado se abrió a estas influencias europeas desde la tradición organística hispana, lo que se puede apreciar en la obra de José Ferrer, Félix Máximo López, Joaquín Montero y Mateu Ferrer.
En los salones aristocráticos y burgueses la práctica de estos repertorios propios de ambientes ilustrados se alterna con un, cada vez más descollante, corpus de obras de inspiración castiza; el género predominante de éstas es la canción de salón, acompañada por el pianoforte y la guitarra. La fortuna de este repertorio fue tal que podríamos decir que la inmensa mayoría de los autores españoles lo frecuentaron en algún momento de su carrera.
De esta larga nómina de compositores, fueron muy reconocidas e interpretadas las canciones de Manuel García, Fernando Sor, José de León, Manuel Rücker, Francisco Molino, José Sobejano, Francisco de Borja Tapia, Francisco Javier Moreno, entre muchos más. En cuanto a la guitarra, vive uno de sus periodos de máximo esplendor, tanto por el apreciable nivel de concertistas y compositores, como por la perfección a la que llegó el arte de su construcción —precisamente, en la ciudad de Cádiz, destacan los talleres de los maestros José Benedit y Juan Pagés—; la obra de músicos como Miguel García [Padre Basilio], Federico Moretti, Dionisio Aguado, Fernando Sor, Fernando Ferandiere, Trinidad Huerta, Salvador Castro de Gistau y Narciso Paz, alcanzó una gran difusión, en algunos casos incluso fuera de España, mediante las colecciones manuscritas e impresas que circularon entre aficionados y profesionales.